jueves, 7 de agosto de 2014

Mostruo y truco


especial para la
 pequenina de Río Turbio.


La noche se cuajaba absoluta en el cielo del viernes. Y la luna llena parece conocer el secreto, que llegaba a veces impetuoso, a veces lento, montado en el susurro del viento norteño. Sobre la mesa reposan cuatro vasos, tres rebosantes de espuma y transpirados de cerveza. Uno sigue vacío, igual que una silla. El maso de cartas solamente espera.
Hace dos horas que están esperando a Matías y no pueden localizarlo. No atiende el celular, Ezequiel, el pelirrojo, lo había intentado innumerable cantidad de veces.
Muchachos, parece que Matías ya no viene. declaró Rolo, el dueño de casa.
¿No habrá desaparecido también? bromeó Ezequiel.
Se lo devoró el Monstruo. sumó Tito.
No jodan con eso, la gente dice que "algo" anda suelto en el barrio. entonó más serio Rolo.
Explicó que las noches en el barrio se volvieron peligrosas. Después de escucharse un fuerte aullido acaecía la desaparición de un vecino, un transeúnte, o alguna mascota.
Y para colmo hoy es viernes de luna llena, concluyó aterrado Tito parece que hoy no vamos a tener truco.
Después de una hora la noche se volvió soporífera. Afuera no se escucha ni un grillo, solo el abrasivo viento del norte meciendo los árboles. Ezequiel seguía golpeteando los dedos sobre la mesa y Tito, siempre tan lúdico, juegaba al solitario. De repente suena el timbre.
Debe ser Matías, ¡viste! no lo quieren ni los monstruos.
Rolo se levanta. Está por destrabar el pestillo cuando lo aturde el vaho nauseabundo que atraviesa la puerta. Se asoma por la mirilla y distingue un enorme bulto oscuro. Matías era corpulento y morocho, entonces concluyó que era él. Abrió y un sórdido vapor lo obnubila. Para su sorpresa, de porte campechano y de espaldas al viento, bajo el pórtico está parado el Monstruo.
La cabeza de Rolo se inundó de nones. La criatura, bajo el pelaje grasiento, ensayaba ademanes educados. Incluso lleva sujeta una botella, casi invisible bajo su enorme mano pilosa. A Rolo le pareció que venía a jugar al truco. Pero le descubrió el lado feroz cuando adivinó, colgando de sus fauces, el jirón de la camisa cuadriculada de Matías. La reconoció de inmediato, su amigo siempre usaba la misma.
¡¿Qué es ese olor?! inquirió desde adentro Tito, tapándose la nariz.
Es el monstruo. anunció, incrédulo aún, Rolo.
Bueno, decile que pase, así empezamos de una buena vez, che.
Adelante.
El voluminoso ser agachó la cabeza para franquear la puerta, dejando tras sus pasos enormes huellas de cieno mezclado con briznas de pasto.
Muchachos, el monstruo viene a jugar un truquito, y trae una cerveza.
Ezequiel y Tito contemplaban la dantesca escena con la mandíbula abierta.
Pensamos que el monstruo era Matías, recriminaron así le decimos, "monstruo".
Nadie abrió la boca por algunos segundos. Pronto se percataron del guiñapo prendido a las fauces y comprendieron que se había devorado a su amigo. El monstruo seguía esperando al lado de Rolo.
Bueno, dale, dale, que se siente, el vicio fue más fuerte la noche pasa volando.
Tome asiento sr. Monstruo. invitó Rolo.
La peluda criatura se arrellanó en la silla, y el hediondísimo olor que despidió al abrir las piernas despeinó en una ráfaga a los tres amigos que lo examinaban detenidamente, ahora con los ojos colorados. La silla desapareció bajo sus caderas como si de un asiento de bicicleta se tratase.
Ya vengo. exclamó Rolo.
Al rato llegó con un desodorante de ambiente que vaporizó sobre el monstruo cubriéndolo con una fina nube.
Ahí está mejor, se ufanó me encanta la lavanda.
El Monstruo gruñó, también satisfecho.
Decidieron que Tito haría pareja con el engendro, después de todo siempre hacía pareja con Matías, ahora en el vientre de la criatura. Rolo y Ezequiel conformarían la otra.
Tito repartió los naipes y el Monstruo, entorpecido por sus enormes garras, necesitó ayuda para levantarlos. Todos vieron como cruzaba los pequeños ojos para examinar su suerte. Gruñó, enfadado. Pero no supieron si era verdad o mentira. Después de todo el truco se juega a base de engaños.
Lo pudieron mirar más detenidamente y descubrieron los detalles de su horrenda apariencia. Su averno rostro era sumamente escarpado, lleno de gruesos y oscuros pliegues repujados, solamente infernal era carente de toda expresividad. Una aglutinada viscosidad se adhería a sus ojos y si tenía orejas estaban ocultas por el emplasto de sus pelos. El largo hocico terminaba en una húmeda voluta negra.
Con una seña Tito le preguntó si tenía para cantar envido. El monstruo negó oscilando una enorme garra.
¡Envido! apuró Rolo.
El monstruo asintió, astuto.
¡Quiero! respondió Tito.
26.
El monstruo por lo bajo le mostró su puntaje al compañero.
31 son mejores.
El monstruo gruñía, festejando su astucia. Golpeó sobre la mesa con el puño hecho un yunque y casi la da vuelta, los tres amigos la sujetaron a tiempo.
Estaban en lo mejor de la velada. Hasta comenzaron a tomarle cariño al ser tartárico. Cuando Tito vio que aventajaban con holgura a sus oponentes, bromeó diciendo que el Monstruo supo digerir muy bien el ADN de Matías en poco tiempo, porque mentía igual que su ex amigo. Pero a las cuatro de la mañana los sorprendió el sonido del timbre, nuevamente.
No creo que sea otro monstruo. rió Tito.
Rolo se levantó protestando en voz alta sobre quién molestaría a esa hora. A través de la mirilla volvió a encontrar un enorme bulto oscuro. "No te puedo creer, otro monstruo", se dijo. Del otro lado alguien desgañitaba imperiosamente para que le abrieran. Decía ser Matías, pero Rolo no lo pudo reconocer. Estaba con el dorso desnudo, acusando largos rasguños y absolutamente despeinado. Tenía el pantalón rasgado y se paraba descalzo.
Che, muchachos, hay un tipo que dice ser Matías. Tengo miedo que sea peligroso.
Todos se miraron. El monstruo se hizo el desentendido, mirando el techo.
A ver... llamalo al celular, si suena atrás de la puerta seguro que es él.
Ezequiel marcó y una vibración estremeció el vientre del monstruo, una lucecita fogoneó, radiográfica.
Finalmente Rolo abrió y con el fuerte viento entró Matías. Todos lo miraron absortos, daba lástima el pobre.
Pero, pero... nosotros pensamos que... te había... comido... el...
Grrrrrrrr. el monstruo lo reconoció. La presa se le había escabullido por poco.
De un manotazo, el monstruo lanzó la mesa por el aire y estirando a lo alto las fauces emitió un aullido ensordecedor.
Alguien va a desaparecer. susurró Tito.
Matías, al reencontrarse con la criatura, no tardó en desaparecer por la puerta. El monstruo, sobre sus cuatro patas, se lanzó a perseguirlo en una formidable carrera.
La puerta había quedado abierta y el viento caldeado del norte invadía la casa. Los amigos se miraron. Hoy no era noche para jugar al truco.

sábado, 7 de junio de 2014

La felicidad

Fue de pronto. Ocurrió como todas las cosas bellas, sin aviso. El hecho simple de un viaje en colectivo, el trayecto al trabajo, y ver por la ventanilla caer lentamente otra hoja seca víctima del otoño. Entonces eso inexplicable, eso que te cae como una caricia, que nunca pregunta, que no le interesa pedir permiso ni motivos. Uno se siente feliz y punto, se acabó, no hay lugar para explicaciones. Ya no estaba en ese lugar, no había más colectivo, ni la necesidad del equilibrio, tan apretado entre dos pasajeros. Estaba en otro lado, lejos y hace cuatro años. El recuerdo. Una canchita de fútbol a la vuelta de casa. Hacía tanto frío esa noche, me costó sacarme el pantalón largo y quedarme en shorcito. Le había dicho que sí a los muchachos, a las cansadas, porque los muchachos son así, insistentes, hasta que uno no les da el gusto, no paran. Haber terminado el partido con la suave amargura de la derrota (me acuerdo de un cuento del Negro), un pelotazo todavía me dolía en una pierna. Tanto frío. ¿Qué hacía yo ahí? Podría haber estado en casa, leyendo un cuento de Cortázar, una taza de café en la mesa, algunas rhodesias que había comprado esa tarde, a la vuelta del trabajo. ¡Y la voy a descubrir de esa manera! Juró que me olvidé del frío, del pelotazo, de mi tonta nostalgia, de mi pequeño orgullo derrotado y herido. Verla ahí, sentada, charlando entrecortadamente, al borde de una hilera de muchachas, me hizo olvidar de todo.
Cada día estoy más convencido, las mujeres son hermosas. Perdonen los caballeros, si alguno me está escuchando, no quiero ser cursi, al menos no es mi intención. No hablo de belleza física, hablo de género. Hablo de ella, de ese misterioso motivo que me hizo encontrarla más hermosa que a las demás, aunque no me miento, sé que no lo era. Pero tenía algo, ese algo especial, eso que no se explica con palabras, algo en la mirada, en las maneras, en el vuelo de su pelo. ¿De dónde saqué coraje, yo que soy tan corto? Le dije a los muchachos ya vengo. Inflé el pecho, en ese momento me creí Rambo, inusual en mí. Caminé decidido, directo hacia ella, le dije buenas noches. Descubrirle la sonnrisa, qué buen primer síntoma. Yo estaba recién bañado, tenía el pelo mojado y olor a desodorante, no estaba para langa pero creo que algo garpaba. Me dijo que sí, que acepaba, me hubiera gustado verme la cara. No me acuerdo bien, le dije algo del frío, de un café caliente, esas cosas que salen espontáneas cuando uno toma repentino coraje, cuando me dí cuenta ya la tenía enfrente, sentada, momento de pura magia. Descubrí lo linda que puede ser una insípida mesa en el buffet del club, ella lo había cambiado todo. También estaban algunas de sus amigas.
Los minutos pasaron volando hablando de la vida. La de ella, de la mía. Pero yo quería algo juntos.
—Este es el momento donde te pido tu número.
Se rió. Yo seguí:
—Vos mandame un mensajito, me decís que te equivocaste, que yo no era el destinatario. Quién sabe. Por ahí se me ocurre invitarte a salir. Las casualidades hacen muy bien las cosas.
Se rió, otra vez, la muy pícara.
A la semana me llegó un mensaje de texto. Era ella.  :)
Ya llevamos cuatro años.
Pucha, haber descubierto la felicidad esa noche fría.


sábado, 17 de mayo de 2014

Último pasajero

Si lo hubiera podido decir en voz alta, el placer de darle vueltas de página a aquella conversación, fasciculado y archivando al mismo tiempo un debate suave consigo mismo, con su propio pensamiento, porque uno puede discrepar y en otras ocaciones, en cambio, descubrir que está de acuerdo con lo que uno mismo dice o piensa, sobre todo a esa hora en que las calles se van despoblando, y al mismo tiempo las veredas se quedan sin peatones.
Y también era extraño sentir los ojos un poco huérfanos de tanto tráfico y los oídos de tanto bocinazo, y de esa manera ir barriendo con la vista lo que queda de avenida hasta llegar al jardín zoológico. Pensó que, en realidad, no venía nada mal la mala racha de varios días de tormenta, el sábado por la noche se había trasformado en algo pasado por agua, pero inusualmente tranquilo y relajado. En la radio estaba sonando un buen tema, más bien rítmico, con bastante metal y eléctrico, y recordó que de más joven, cuando recién comenzaba con este oficio de manejar pesados colectivos llenos de pasaje, de vez en cuando le gustaba jugar al baterista frustrado, sobre todo en los momentos de soledad como éste, cuando la unidad quedaba casi vacía y se escuchaba en el techo el golpeteo de la lluvia; por lo general le venía el antojo minutos antes de llegar a cualquiera de las dos terminales, era simplemente golpear con los dedos sobre el volante, pero, obvio, eso casi nunca, porque uno ya es grande y la compostura, qué va a pensar aquella única pasajera, esa señorita tan seria (tan linda) que viaja sentada en el segundo asiento de los dobles, del lado del pasillo, con las piernas cruzadas y la minifalda que le deja ver una buena porción blanca de piernas. Y ella lo sigue mirando, aunque por el gesto que él le descubrió en el espejo retrovisor, seguramente debe querer disuadirlo, porque parece obvio que adivinó su intención de rockanrolero frustrado, además debe pretender que baje el volumen de la música porque seguro la está aturdiendo.

Pensó que si el trabajo fuera todos los días esto, esto que es ahora condimentado con lluvia en el techo y el colectivo casi vacío, y resaltó el «casi vacío», por la obvia y sencilla razón de aquella fortuita y grata compañía, con eso se conformaba, con verla sentada, admirarla de reojo, su minifalda y sus piernas no tan largas pero blancas, le gustaban las piernas blancas; ahora ella miraba distraída por la ventanilla peinándose el pelo con los dedos, y bien que así valdría la pena salir todas las noches y montar el colectivo, muchas veces dejando de sufrir el insomnio por tanto café pesado y negro que don Manolo le sirve en el bar, donde también lo esperan los muchachos, tan acostumbrados a la charla insulsa que, de paso, le sirve para despabilarse un poco, allí donde descansaba unos minutos y adonde ahora mismo se dirige, a la terminal de colectivos; y las cosas le ocurrían sin que él se diera demasiada cuenta, hasta un pensamiento que se le podría haber enquistado, un poco obstinado, que le hizo decirse que a lo mejor todo sería distinto, pero mejor, que dejaría de ser rutina para convertirse en un ahora, un presente corpóreo y absolutamente material, con moléculas y átomos bien sostenidos en una forma precisa, tal vez dos piernas, tal vez blancas, sin que nada terminara por despegarse o desaparecer debajo de una minifalda.

Y un poco lo lamentó, porque ya no tuvo tantas ganas de discutirse, de decirse que en este presente faltaba Lili a esta hora durmiendo plácidamente en su cama, pero que a las siete de la mañana la encontraría al pie de la puerta, esperándolo con el café caliente en la mesa (más rico que el de don Manolo) y algunas medialunas recién compradas. Nunca se había quejado de su vida, mucho menos de Lili, y la realidad era que no tenía motivos para hacerlo, sólo había que soportar por un tiempo más el desfazaje de los horarios cruzados, él trabajaba toda la noche, Lili al revés; pero Lili era tan fiel, lo que se dice una mujer de auténtico fiar, tan trabajadora y soñadora, alguien difícil de encontrar, ella seguía esperando el vestido blanco, algún día ver el arroz también blanco volar por encima de los novios y padrinos a la salida del civil.

Aunque pareciera ser que algunas cosas eran más fáciles si se las veía, se las palpaba y olía, y no costaba nada, era tan simple y sencillo como dejarse llevar por un latigazo suave hecho de música, música aquí y ahora, con el volumen de la radio que ya lo está bajando, porque al parecer la señorita (tan linda) se dio cuenta y con una sonrisa un poco velada en la semioscuridad parece estar agradeciéndolo aunque siga mirando hacia afuera; se dijo algo, o le dijeron algo, quizá era su pensamiento con el que había dejado de polemizar, que le insistía que sería bueno (muy bueno) que todas las noches de trabajo fueran así, fueran esto, fueran música suave, al parecer ahora un lento de los 80 cascabeleando en sus oídos, fueran gotas de lluvia en el techo del colectivo, sin dejar de lado el par de («sí, te lo voy a decir, y si no te gusta...»), fueran piernas blancas, fueran minifalda («ya te lo dije, a vos, que no lo querías escuchar»); pero detrás de esa voz disimulada, escondiéndose todo lo posible debajo de una realidad que quisiera solaparse indefinidamente, terminaba apareciendo eso que venía subiendo, lento y amargo desde el paladar, algo como un resabio de culpa, porque significaba olvidarse de lo otro, de aquello que por un momento se quedó sin nombre y sin cuerpo, porque ahora estaba ausente, lo invisible que sobre el colectivo también se llamaba Lili, de silueta cada vez más evanescente como sus hilos allá en la casa, Lili y su máquina de coser que él no podía oír, sonando hasta muy entrada la noche hasta que todo quedara en silencio y con las luces apagadas; entonces lo comprendió, por eso tragó un poco de saliva mientras giraba hacia avenida L. M. Campos con los ojos cada vez más rojos y sabía muy bien cuál era el motivo, y quiso replicarse, discutirle a su pensamiento, diciéndole, diciéndose que Lili también sabía ser un beso, bien real y tibio, que era ella quien lo despedía todas la mañanas y le deseaba buenas noches (una manera de expresarse, porque él dormía de día) y además le decía «que descanses, mi cariño» con una caricia de sus manos siempre tibias, «a las seis en punto te despierto», y de vuelta «que descanses, mi cariño»; pero ahora no es más Lili ni lo que quedaba de ella, ahora es un aroma y una fragancia, tan real, tan presente y exquisita que un poco le atonta los sentidos, y el pensamiento se le adormece en ese perfume que sabe a flores y a alcoba, a besos de frutilla flotando alrededor suyo recién descubierto, porque frenó el colectivo en la esquina de Gasquet y el viento no se lo llevó con tanta vehemencia por la ventanilla abierta, y supo muy bien de dónde venía, porque ahora hasta la noche dejó de existir, como también había desaparecido Lili durmiendo en la cama, ahora sólo es esa sonrisa de labios de un rouge vivo que descubrió pintados en el espejo retrovisor, y también el par de piernas blancas, un poco más inquietas y como llamando la atención; entonces ahora qué importaban el tráfico y las bocinas, los cambios de horarios con sus desfazajes, tenía la mente en blanco y como enceguecida, hasta no importaban tanto los insultos de los taxistas y otros colectiveros que le gritaban que arrancara de una buena vez, le pareció que hubiera sido hace siglos que lograban tirarlo en el estrés y en los brotes de nervios.

domingo, 2 de marzo de 2014

Premios Dardo



Quiero agradecer profundamente a jaeltete.blogspot.com.ar por esta nominación. Y agradecer también a todos los que pasaron por mi blog. Es todo un aliciente para seguir mejorando. Muchas gracias.

miércoles, 19 de febrero de 2014

PREMIO EXCELENCIA


Le quiero agradecer mucho a jaeltete.blogspot.com por haber nominado mi blog. Es un regalo inapreciable y un incentivo para seguir escribiendo.
Soy una persona que escribe por darse el gusto de escribir, y sigo aprendiendo poco a poco este maravilloso arte, arte de escribir y seguir buscando, intentando un lenguaje nuevo y nuevas aperturas. Gracias de verdad a los que pasaron por mi blog, y si han sentido algún placer leyendo alguna cosa que escribí, es mi más grande recompensa. Muy agradecido, especialmente con jaeltete.blogspot.com por haberme tenido en cuenta para esta nominación. Es una persona que admiro y aprecio muchísimo.

miércoles, 12 de febrero de 2014

Dos pececitos



Ya te habrás dado cuenta. Igual
te advertí: no suelo ser de este mundo. Me siento vivo
por eso el gusto de empaparme
en tu carita de calma y de estanque.
Dos pececitos claros
tus ojos,
nadando los siento y a vivas cosquillas,
agua bajo mis dedos. Ya te advertí,
al primer chapoteo no soy de este mundo, no sé,
me convierto
en pescador de tus ojos. Así
me vas haciendo vivir.

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lunes, 6 de enero de 2014

Libro delator


Se había encontrado con un amigo, en aquella misma mesa de café que hacía tanto tiempo no frecuentaba. Intentó disimular el gesto que en su cara descubría una cita a regañadientes y obligada, a costa de descuidar por algunas horas negocios prósperos y finanzas urgentes. Pero inesperadamente cumplió su promesa y ahí estaba sentado, sintiéndose extraño y hundido en su costoso traje yves saint laurent. Dándose cuenta de la sutil hiel de desprecio que corría en su garganta, recordó que ya no estaba acostumbrado a los cortados baratos y manteles término medio de los mediocres bares porteños. A mitad de conversación, mientras las palabras transmutaban en trivialidad y bostezos, le sorprendió el regalo de su amigo y sin mayores ceremonias se encontró con el libro ya depositado en sus manos.
Quizás las palabras sonaron demasiado persuasivas pero no se dio cuenta. Su amigo le pintó el liso y breve paisaje literario de metrópoli de edificios altos, de oculto cielo azul e intrincadas redes de alcantarillas y rincones del Abasto. Tampoco se dio cuenta de la poderosa imagen de intrigas y venganzas que le germinó casi de inmediato, creciendo a la par de la introducción que su amigo ensayaba sobre el oscuro personaje, un joven y prometedor hombre de negocios de negra conciencia, moviéndose en una ciudad salvaje y bursátil.
Apenas prestó atención a las palabras que luego siguieron por otros cauces, no había podido salir de la ficción novelesca desatada en su cabeza. Casi no escuchó el relato sobre la separación traumática, el divorcio inevitable, los chicos, la nueva pareja. Hasta dijo que sí, inesperadamente sin soliviantar ninguno de los músculos de su cara, cuando su amigo le pidió que pagara la cuenta.
Llegó el momento de despedirse y lo hizo dando media espalda. En la vereda y a mitad de camino, mientras desandaba hasta donde había estacionado el auto, no pudo evitar que el libro se le cruzara en la cara, oliendo todavía a nuevo. Le ganó el grito que salió desde el párrafo donde dejó caer los ojos, casi pudo escuchar al personaje pidiendo auxilio en la soledad del callejón, mientras dos voluminosos cuerpos lo subían a su propio auto.
Cerró el libro permitiéndose un impasse y quiso avanzar las siguientes cuadras que corrían a los pies de altos edificios. Su voluntad se deshizo luego de atravesar el costado del callejón, y una férrea indicación del destino no le permitió darse cuenta de que había sido el único capaz de escuchar el grito. Casi con indiferencia giró la mirada y detrás de los botes llenos de basura pudo ver cuerpos forcejeando, dos voluminosos estaban encerrando a uno más pequeño que luchaba en vano. Sin que nadie lo obligara, retrocedió sobre sus pasos hasta la mesa del café donde hacía un momento había estado sentado. Luego de hacer la seña pidiendo un nuevo cortado, compulsivamente salteó una decena de páginas para hundirse en el párrafo final. No le importó no enterarse de los motivos, ni de los cruentos métodos que los secuestradores habían usado, solo se resignó a esperar el desenlace decisivo y demasiado cercano. Los tres últimos renglones sin pretensiones de estilo daban cuenta de dos voluminosos cuerpos portando agrios semblante, el paso firme sobre la salida del callejón y la sola intención de dejar limpio el trabajo. Uno se quedó inesperadamente de pie en la vereda oficiando de campana, el otro ingresó en el café y sin perder tiempo dejó caer una pesada mano sobre el libro abierto. Luego, una amenazante pregunta sacudió al hombre sentado, "¿todavía estás leyendo?".

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