sábado, 7 de junio de 2014

La felicidad

Fue de pronto. Ocurrió como todas las cosas bellas, sin aviso. El hecho simple de un viaje en colectivo, el trayecto al trabajo, y ver por la ventanilla caer lentamente otra hoja seca víctima del otoño. Entonces eso inexplicable, eso que te cae como una caricia, que nunca pregunta, que no le interesa pedir permiso ni motivos. Uno se siente feliz y punto, se acabó, no hay lugar para explicaciones. Ya no estaba en ese lugar, no había más colectivo, ni la necesidad del equilibrio, tan apretado entre dos pasajeros. Estaba en otro lado, lejos y hace cuatro años. El recuerdo. Una canchita de fútbol a la vuelta de casa. Hacía tanto frío esa noche, me costó sacarme el pantalón largo y quedarme en shorcito. Le había dicho que sí a los muchachos, a las cansadas, porque los muchachos son así, insistentes, hasta que uno no les da el gusto, no paran. Haber terminado el partido con la suave amargura de la derrota (me acuerdo de un cuento del Negro), un pelotazo todavía me dolía en una pierna. Tanto frío. ¿Qué hacía yo ahí? Podría haber estado en casa, leyendo un cuento de Cortázar, una taza de café en la mesa, algunas rhodesias que había comprado esa tarde, a la vuelta del trabajo. ¡Y la voy a descubrir de esa manera! Juró que me olvidé del frío, del pelotazo, de mi tonta nostalgia, de mi pequeño orgullo derrotado y herido. Verla ahí, sentada, charlando entrecortadamente, al borde de una hilera de muchachas, me hizo olvidar de todo.
Cada día estoy más convencido, las mujeres son hermosas. Perdonen los caballeros, si alguno me está escuchando, no quiero ser cursi, al menos no es mi intención. No hablo de belleza física, hablo de género. Hablo de ella, de ese misterioso motivo que me hizo encontrarla más hermosa que a las demás, aunque no me miento, sé que no lo era. Pero tenía algo, ese algo especial, eso que no se explica con palabras, algo en la mirada, en las maneras, en el vuelo de su pelo. ¿De dónde saqué coraje, yo que soy tan corto? Le dije a los muchachos ya vengo. Inflé el pecho, en ese momento me creí Rambo, inusual en mí. Caminé decidido, directo hacia ella, le dije buenas noches. Descubrirle la sonnrisa, qué buen primer síntoma. Yo estaba recién bañado, tenía el pelo mojado y olor a desodorante, no estaba para langa pero creo que algo garpaba. Me dijo que sí, que acepaba, me hubiera gustado verme la cara. No me acuerdo bien, le dije algo del frío, de un café caliente, esas cosas que salen espontáneas cuando uno toma repentino coraje, cuando me dí cuenta ya la tenía enfrente, sentada, momento de pura magia. Descubrí lo linda que puede ser una insípida mesa en el buffet del club, ella lo había cambiado todo. También estaban algunas de sus amigas.
Los minutos pasaron volando hablando de la vida. La de ella, de la mía. Pero yo quería algo juntos.
—Este es el momento donde te pido tu número.
Se rió. Yo seguí:
—Vos mandame un mensajito, me decís que te equivocaste, que yo no era el destinatario. Quién sabe. Por ahí se me ocurre invitarte a salir. Las casualidades hacen muy bien las cosas.
Se rió, otra vez, la muy pícara.
A la semana me llegó un mensaje de texto. Era ella.  :)
Ya llevamos cuatro años.
Pucha, haber descubierto la felicidad esa noche fría.